El Mercurio 4 de abril de 2009
Señor Director:
Cada mañana, cuando me despido de mi hija Teresita, de seis años, en la puerta de su sala de la casita de Nazaret, ese lugar lleno de historia que es el Villa María Academy, siento la certeza de estar llevando a mi hija por el mismo camino que yo recorrí y que me ha ayudado tanto en la vida.
Un colegio como el Villa María es más que un lugar donde educarse: es una forma de vida. En los años que pasé en el colegio quedó marcada en mí para siempre la impronta de la congregación. La disciplina en las salas de clases, los recreos junto a las sisters, las kermeses donde ellas, como nosotros, vendían hamburguesas, y los interescolares donde luchaban por nuestro colegio como una alumna más, las obras sociales, su compromiso con Cristo, con los que sufren, con los más pobres, su vocación por ayudarnos a salir adelante, su modelo para ser mujeres activas, responsables, comprometidas, solidarias, dueñas de nosotras mismas y con una voz decidida frente a la sociedad.
Pensar que el colegio puede seguir igual sin ellas es una ilusión. Si bien es cierto que de aquí no han surgido nuevas "sisters" para la congregación, el trabajo que ellas han realizado por generaciones ha sido un sólido aporte para promover el Evangelio y sus valores en nuestra sociedad, ayudar al desarrollo de este país y empoderar a las mujeres en su papel maternal y social.
Quisiera, a través de este medio, apelar pública y humildemente de la medida que se está tomando. Estoy convencida de que mi llamado representa a miles de chilenas que ven en esta medida el fin de lo que ha sido una forma de entender la vida, la familia, el amor y la sociedad. Busquemos una salida en conjunto, apliquemos lo que ellas siempre nos han enseñado: cambiar aquello que no nos parezca justo. Y no es justo que nos abandonen porque nosotros aún las necesitamos.
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